Por: Juan Ariel Jiménez
Las elecciones presidenciales en Estados Unidos siempre atraen la atención del mundo, y este 2024 no es la excepción. Para muchos analistas, el proceso electoral norteamericano del día de hoy es el más importante de las últimas décadas, ya que los dos candidatos principales, Donald Trump y Kamala Harris, representan visiones muy diferentes sobre Estados Unidos y el mundo.
Sin embargo, más allá de las preferencias personales, es importante recordar que el presidente de Estados Unidos no tiene un poder absoluto. De hecho, curiosamente quienes muchos consideran es la persona más poderosa del mundo, en verdad no tiene tanto poder. Esta limitación no es accidental: fue diseñada así desde los inicios del país.
Los “padres fundadores” de Estados Unidos, quienes redactaron la Constitución en 1787, conocían bien los peligros del poder concentrado. Acababan de salir de una monarquía y querían evitar a toda costa que su nuevo país terminara en manos de un autócrata, aun en caso de personas de “buenas intenciones” . Por eso crearon un sistema de “frenos y contrapesos” (checks and balances) que limita el poder del presidente y distribuye la autoridad entre diferentes ramas del gobierno.
Veamos cómo funciona este sistema y por qué, gane Trump o Kamala, independientemente de la retórica que puedan tener, tendrían limitaciones a la hora de “imponer su agenda”.
El Congreso: un filtro esencial
El Congreso es el primer y más importante contrapeso al poder presidencial. Los fundadores le dieron al Legislativo la autoridad para aprobar leyes, controlar el presupuesto y participar en decisiones importantes de política exterior.
Además, el Senado tiene la responsabilidad de confirmar a unos 1,200 funcionarios clave del Poder Ejecutivo, como embajadores, subsecretarios y directores de agencias. Esto significa que el presidente no puede nombrar a quien quiera en estos cargos de alto nivel sin la aprobación del Senado, lo que asegura que haya consenso en estas posiciones estratégicas.
Otra limitación importante es que, históricamente, el presidente rara vez tiene el control absoluto en ambas cámaras del Congreso durante todo su mandato presidencial. Y aún si lo tuviera, en muchos casos se ve obligado a negociar y buscar acuerdos incluso dentro de su propio partido, pues los legisladores responden más a los intereses de sus electores y grupos de apoyo que a los lineamientos de su organización política. Por ejemplo, en 2017, Trump intentó derogar el sistema de salud conocido como «Obamacare», pero varios senadores republicanos, como John McCain, Susan Collins y Lisa Murkowski, se opusieron y bloquearon la propuesta.
Algo similar le sucedió a Joe Biden en 2021, cuando quiso aprobar un ambicioso plan de estímulo. Los senadores demócratas Joe Manchin y Kyrsten Sinema no estuvieron de acuerdo con ciertos aspectos del plan al considerar que podía sobrecalentar la economía del país y crear una mayor inflación, lo que obligó a la Casa Blanca a recortarlo significativamente.
Autonomía de los estados: cada uno con su propio rumbo
Es importante tomar en consideración que Estados Unidos es una federación de 50 estados, cada uno con su autonomía para tomar decisiones en temas clave como educación, salud, seguridad y transporte. Esta estructura federal es otra manera en que se evita la concentración de poder en una sola persona, pues cada estado ejerce su potestad con cierta independencia de la visión del presidente de turno.
Un ejemplo reciente de esta independencia se dio en 2017, cuando Trump decidió retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París, al considerar que el desarrollo de la industria local era más importante que los compromisos climáticos. Sin embargo, varios estados, liderados por California, formaron la Alianza Climática de Estados Unidos y se comprometieron a cumplir con los objetivos del acuerdo de manera independiente.
Otro ejemplo de la autonomía de los estados fue la respuesta a la pandemia de COVID-19. Mientras la administración federal daba ciertas directrices, cada estado ajustó su estrategia. California aplicó medidas estrictas, mientras que Texas optó por un enfoque más flexible. Esto permitió a los estados actuar según las necesidades y preferencias de sus habitantes.
Agencias independientes: límites dentro del propio gobierno
El presidente de Estados Unidos es el líder del Poder Ejecutivo, pero no controla todas sus partes directamente. Existen agencias que funcionan con independencia y que toman decisiones basadas en criterios exclusivamente técnicos.
Un ejemplo claro es el FBI. En los años 70, durante el escándalo de Watergate, el FBI resistió las presiones del presidente Nixon para detener la investigación que lo involucraba. Esto terminó costándole la presidencia a Nixon, quien renunció en 1974.
Otro caso es la Comisión Nacional de Relaciones Laborales (NLRB), que durante la administración de Obama implementó medidas que fortalecían los derechos de los trabajadores, a pesar de que algunos sectores del propio gobierno no estaban de acuerdo.
Conclusión: un diseño pensado para evitar abusos
Al final, tanto si gana Trump como si gana Kamala Harris, es importante recordar que el sistema de gobierno en Estados Unidos fue diseñado para evitar que una sola persona concentre demasiado poder, pues alegar supuestas buenas intenciones nunca es sutituto de un adecuado diseño institucional de contrapesos y control de potenciales abusos de poder. Entonces, gane Trump o Kamala, para varios temas que influyen directamente en la economía dominicana no habría gran diferencia.