Por: José Pastor Ramírez
En torno a las personas discapacitadas, regularmente, se forjan comportamientos discriminatorios que finalizan en un penoso proceso de estigmatización. “Estos individuos tienen que lidiar con el miedo y los prejuicios de los demás, con frecuencia basados en una concepción distorsionada de lo que son las personas discapacidades. La estigmatización, además de aumentar el sufrimiento personal y la exclusión social, impide el acceso a la vivienda y al empleo, e incluso, hace que la persona afectada no busque ayuda por miedo a ser etiquetada”.
La discriminación presenta una acepción conceptual también segregacionista. Por ejemplo: a las personas con discapacidad se les denomina erróneamente: “discapacitados, personas con capacidades diferentes o personas que sufren una discapacidad”. A las personas con discapacidad visual se les etiqueta, erradamente, como: “cieguito o invidente”. A aquellas personas con discapacidad auditiva, se les califica, desatinadamente, como: “sordo, sordito o sordomudo”. A la persona con discapacidad intelectual se le designa equívocamente: “mongolito, deficiente, retrasado o discapacitado mental”; y, a la persona con discapacidad psicosocial, se le considera: “loco, demente o bipolar”. ¡Esta es una realidad inaceptable y dolorosa!
Los escenarios más apropiados para erradicar estas expresiones equivocadas y discriminatorias son, entre otros: la familia, la escuela, los centros de estudios superiores, las iglesias y todas las instituciones sociales. Definitivamente, hay que erradicar las etiquetas contra las personas discapacitadas.
El término discapacitado es discriminatorio porque implica aislamiento y restricción social. Con el pasar de los años han surgido modelos para concebir y valorar a la persona con discapacidad: Por ejemplo: el modelo demonológico, interpreta la discapacidad como un castigo divino; el modelo médico rehabilitador, que considera la discapacitada como una enfermedad que hay que curar; el modelo social, siendo la palabra clave la inclusión. En consecuencia, considera que la discapacidad no está en la persona, sino en la sociedad; el modelo biopsicosocial que vincula los modelos: médico, psicológico y social; el modelo de la diversidad funcional, promueve la vida independiente, y critica el modelo médico por ser paternalista. Sostiene que las personas son iguales en dignidad y derechos; el modelo de la comunicación y del reconocimiento legítimo de la discapacidad que busca la inclusión y el genuino reconocimiento.
Según el modelo social, lo que incapacita son los edificios, los medios de transporte, y la vía pública, ya que no están diseñados para admitir a las personas discapacitadas y esto conduce, a su vez, a toda una serie de discapacidades respecto a la educación, a las oportunidades de conseguir un empleo y una vida social estable.
Las personas discapacitadas exigen la oportunidad de conseguir recursos económicos mediante el trabajo, más que recibir el obsequio o las donaciones públicas. Ellos rechazan la lástima, una imagen que perjudica su dignidad y su prestigio social. La discapacidad es una creación social. Las instituciones benéficas promueven el modelo médico de la dependencia. La salida justa sería abrir espacios de participación para todas las personas discapacitadas, a fin de que sean ellos mismo, con su trabajo, quienes se suministren lo que necesitan. La discapacidad no los define.