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La «camiona» dominicana y su único destino: la deportación a Haití

Santo Domingo. – Un haitiano sube a toda velocidad las escaleras de una venta de repuestos en Santo Domingo, intentando escapar de los agentes migratorios que lo persiguen y que, finalmente, lo detienen en un oscuro depósito.

«¡Por favor, no… Yo vine a trabajar. Mi esposa está embarazada!», clama en llanto mientras es esposado, pero es inútil. Ya está en la «camiona», su transporte a la deportación.

Es un bus amarillo, de tipo escolar, identificado con el nombre de la Dirección General de Migración (DGM). Oscuro y caluroso, con barrotes en las ventanillas, se llena de angustia y miedo a medida que pasan las horas.

En este autobús hay casi un centenar de migrantes sin papeles, la gran mayoría de Haití -uno de los países más pobres del mundo-, capturados en una redada de rutina de la DGM en la capital de República Dominicana.

En lo que va del año han sido deportados por Dominicana 31.712 haitianos, 34% más que en todo 2020 (23.664). Casi 100% de los indocumentados extranjeros en ese país son haitianos.

El operativo arranca a las seis de la mañana. A la cabeza, en una camioneta pick-up, va la coronel Gicela Almonte. La acompañan el inspector Jersson Paulino y una veintena de funcionarios más.

«La misma sangre»

«Revísame a ese… Mira a ese otro», instruye Almonte, que golpea el techo de la camioneta con las manos para llamar la atención de los inspectores. Verifican cédulas, así como visas y los sellos que cada mes se deben pedir en la frontera.

Las reacciones ante la presencia de la DGM son distintas: unos se quedan quietos y actúan con indiferencia para despistar; otros sueltan todo y corren. Los agentes no dudan en perseguirlos y, al detenerlos, piden con un «s’il vous plaît» y fuerte acento dominicano que estiren los brazos para inmovilizarlos con un precinto de plástico blanco.

«Aquí solo quieren tratar al haitiano mal», reclama Camy Belizaire, de unos 40 años, uno de los primeros en caer. «Tú no puedes tratar a la gente así, tenemos diferente color, pero la misma sangre».

«Si allá hubiese cosas, trabajo… ningún haitiano vendría a poner los pies aquí», añade. «Ayudamos aquí, vale… En construcción y agricultura, somos nosotros (los) que hacemos todo».

El gobierno del presidente Luis Abinader ha endurecido sus políticas migratorias e impulsado la construcción de una verja divisoria en la frontera con Haití, país con el cual República Dominicana comparte la isla La Española y una larga relación sazonada con rencor y desconfianza.

Muchos dominicanos hablan de «invasión». Dicen que tres millones de haitianos ya viven en el país, aunque oficialmente solo se han contado 500.000.

Durante el operativo, unos se acercan al convoy para denunciar indocumentados. «Mi barrio está que no caben», comenta un hombre en una moto.

No todos lo aprueban. «Es un abuso», comenta Bianny Alcántara, una comerciante que llora al ver las detenciones. «Hay muchos que vienen a trabajar honradamente, que nos ayudan».

«No sin la beba»

08h30: Almonte, por radio, ordena buscar migrantes en una maternidad. «Vamos, que se pasa la hora de la consulta».

Abinader, que asumió en 2020, amplió el alcance de las redadas migratorias para incluir mujeres embarazadas, una medida cuestionada por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).

«Si usted está ilegal, yo lo puedo sacar debajo de la cama», declaró el jefe de la DGM, Enrique García, en una entrevista radial.

Paulino exige a los agentes un barrido por todo el perímetro, aunque no entran. Piden los papeles a una mujer, pero resulta ser dominicana.

En otro hospital sí detienen a una haitiana, llevada a la «camiona».

Según Paulino, la presencia de haitianas embarazadas en centros de salud cayó 80% con estas acciones, lo que preocupa a oenegés como Mosctha, que organiza citas ginecológicas en clínicas comunitarias y a domicilio.

«¡No puedo ir sin la beba… no puede quedar sola!», dice con voz temblorosa Espady Wousline al ser detenida en la calle, mientras pide por teléfono a una vecina que busque a su hija de tres meses, sola en casa con su hermano de ocho años.

Frontera menos tensa

Transcurren las horas y la «camiona» está a reventar de indocumentados. Almonte sigue señalando sospechosos, aunque sin poder capturarlos por falta de capacidad en el bus.

En un antiguo centro vacacional convertido en lugar de detención temporal en Haina, vecina de Santo Domingo, se hace una «depuración» de los capturados. Los que tienen papeles en orden, pero no pudieron demostrarlo en el operativo, son liberados. Los que no, reciben un boleto sin retorno a Haití.

La deportación ocurre al día siguiente. Camy fue llevado al paso binacional de Comendador, que comunica con la ciudad haitiana de Belladere.

La «camiona» se abre paso por una polvorienta avenida de este pueblo fronterizo, entre transeúntes, autos atiborrados con mercancías y hasta cabras. Camy baja resignado para cruzar la reja que lo regresa a su país tras dos años trabajando en construcción, sector en el que la mano de obra es principalmente haitiana, tal como el de la agricultura.

Mientras los deportados cruzan custodiados por militares armados, otros haitianos y dominicanos circulan libremente en lo que llaman el «área comercial» de Comendador, donde no es necesario pasar por migración.

Camiones entran vacíos desde Haití para cargar mercancías en almacenes en la zona. Otros, con placa dominicana, pasan para vender vegetales y frutas.

Niños llenos de polvo lustran zapatos y entregan formularios de aduana a cambio de unos pesos.

En los pueblos limítrofes el comercio es vibrante, hay parejas de haitianos y dominicanos, y los niños cruzan para ir a la escuela.

«Voy a tratar de volver»

Camy y el centenar de deportados de ese día entran a una especie de corral cerrado para un control de covid-19 y recibir comida. Algunos, cuando los guardias están distraídos, saltan la improvisada pared de latón y regresan a territorio dominicano por el área del mercado.

Es recurrente. Muchos aseguran haber estado allí más de una vez.

No obstante, volver a Santo Domingo desde Comendador es un reto. Hay retenes militares a lo largo del camino, aunque una persona sin papeles relató que agentes le ofrecieron llevarla de regreso por 7.000 pesos (124 dólares).

Camy, por lo pronto, se quedará en Belladere. Ve cuesta arriba reunir los 500 dólares para la visa. «Voy a tratar de volver», dice. «Si no puedo, me quedaré aquí».

 

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