Por: RICARDO NIEVES
Santo Domingo. – Cuando pensamos en la educación dominicana, una palabra golpea de repente nuestra conciencia: ¡fracaso! Y a partir de este quebranto semántico el análisis culmina con un vocablo no menos perturbador: crisis.
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Aún exentos de cualquier atisbo pesimista, ambas categorías remiten a una realidad nacional decepcionante, de la que ya no escapa nada ni nadie. El derrumbe de la educación trastorna cada espacio vital del país.
La inveterada problemática educativa nos anquilosa como sociedad, nos apabulla sin contemplación, año tras año, periodo tras periodo.
Señal obtusa de nuestra peor falencia histórica, la escuela (fracaso y crisis) sigue causando innumerables malestares sociales y espirituales. Legado ponzoñoso de una generación obstruida por el atraso multidimensional y, de momento, arrastrados por las fuerzas proverbiales de un siglo incomparablemente complejo, nos vemos enmarañados en las interioridades de una era crucial e implacable, competitiva y desafiante.
Ergo, tan añejo como preocupante, el problema de nuestra educación se hizo crónico; y, anegado en sus propias taras ancestrales, rebrotan con las carencias epistemológicas y cognitivas que se multiplican frente a la complejidad de este abrumador siglo XXI.
Así, seguimos entrampados en el modelo de una arquitectura pedagógica casi industrial, balbuceando aun delante del pórtico primario de una novedosa galaxia tecno-cultural que ha comenzado a despuntar desde la matriz pasmosa de la Inteligencia Artificial (IA).
En pocas palabras, la humanidad atraviesa el mapa de una portentosa revolución de la que, mal que bien, se augura una transformación del mundo-vida con capacidad suficiente para redefinir los linderos de “otro modelo de civilización” humana…¡Tamaño desafío y riesgo!
Mientras, una aplastante y vergonzosa realidad nos agujerea el presente (que hoy significa el porvenir), los dominicanos permanecemos anclados en los pivotes vetustos de la “escuela de la tradición”.
Dicho de otro modo, más allá de los pronósticos de todo cariz y de la incertidumbre que despunta de este inquietante paisaje tecnológico, la realidad escolar dominicana es aplastante y ensordecedora: todavía seguimos en batalla contra los males iniciales de una alfabetización general anacrónica y caduca, deprimente y arcaica.
No hemos cumplido con las metas de la vieja escuela de tradición, ni contamos con las herramientas necesarias para afrontar la mutación de la racionalidad universal que el sistema-mundo presagia e impone. La idea, como nunca antes, es la más poderosa arma y la mejor propiedad cognoscitiva.
¿Tono pesimista este? No; evidencia palmaria de una irresponsabilidad histórica tan despiadada como infame. Porque todos los gobiernos y mandatarios, uno más otros menos, fracasaron vulgarmente, al no asumir y responder al mayor y peor problema social de la historia, es decir, fracasaron en derribar los muros oscuros de la ignorancia.
A los griegos les debemos casi todo el arsenal de categorías hermenéuticas y axiológicas del que goza el lenguaje y el pensamiento occidental. Luminosa invención o descubrimiento, que partió con la paideia, probablemente en el tercer milenio A.C en la cultura cretense o minoica, aunque quizás corresponda a Isócrates su configuración pedagógica y humanística; empero, desde entonces ese ideal (la educación) fluye en evolución constante y a la par del contexto histórico y dialéctico de la cultura y el pensar.
Hoy, inmersos en la contrariedad paralela de la pesadez y la luminosidad este contexto global tan abarcador y acuciante, el salto cultural arrojó el mayor brinco pedagógico de la familia humana, o sea, desde la paideia tradicional a la Inteligencia Artificial (IA).
¿Dónde quedaremos nosotros en esta entreverada arquitectura de la tecno-economía-mundo?
Esa respuesta queda para la próxima entrega…