
Por: Ricky Noboa
En las sociedades globalizadas y mediatizadas como la dominicana, se han venido sintiendo los embates de una criminalidad que arropa todos los espacios de la cotidianidad.
Los filtros de seguridad en hogares y lugares de esparcimiento han ido desapareciendo, motivando una especie de tiranía del crimen, estimulada por los nuevos poderes mafiosos.
Las buenas costumbres se han sustituido por ideologías criminales apoyadas en la conquista de la impunidad.
Dentro del sistema democrático, los actores políticos y empresariales han sido vulnerados por el avance de las asociaciones mafiosas. La discreción es el instrumento de imposición de sus operaciones y para combatirlas hay que fortalecer el sistema de justicia que ha sido permeado por su proclividad, sembrando la impunidad como garantía del delito.
La política es un caldo apetecible de las mafias, manipulando a candidatos elegidos por el pueblo y con ellos su inserción en el sistema democrático.
Debemos desechar el sentimiento de compasión y culpa que pregona la criminalidad en la tesis de que la pobreza genera el crimen.
En la voluntad política de los gobernantes está cifrada la esperanza de atacar y derrotar el crimen, para así erradicar la inestabilidad e inseguridad de la ciudadanía.